Mencioné el “capital comunitario” la semana pasada al hablar del talento de las ciudades. Las ciudades serán muy inteligentes si tienen muy alto el capital comunitario. Ese concepto fue utilizado por primera vez en 1916, por Lyda Judson Hanifah, para describir las escuelas rurales. Posteriormente, en la década de 1960, Jane Jacob utiliza el termino en su obra The Death and Life of Great American Cities, para explicar que las densas redes que existen en las áreas urbanas de uso mixto constituyen una forma de capital social que influye en la seguridad pública. Las ciudades, decía, crean sistemas emergentes. Uno de ellos es la seguridad o la inseguridad en la calles: ”Somos los afortunados poseedores de un orden ciudadano que hace relativamente simple la tarea de mantener en paz la ciudad porque hay suficientes ojos en las calles”.
Como he dicho, el concepto ha sido reinventado al menos seis veces. Lo hicieron Jane Jacob para destacar el valor colectivo de los vínculos informales en una ciudad moderna; Glenn C. Loury para poner de relieve las dificultades heredadas de la época de la esclavitud, para poder establecer vínculos entre blancos y negros; Pierre Bourdieu, ya en la década de los ochenta, que lo definió como “la acumulación de recursos potenciales ligados a la posesión de una red duradera de relaciones”; el economista alemán Ekkehrt Schlicht se sirvió de ese concepto para subrayar el valor económico de las organizaciones y el orden moral; el sociólogo Jame Coleman lo introdujo en la agenda intelectual a finales de los ochenta, utilizándolo en el contexto social de la educación, y más tarde Robert Putnam le dio resonancia académica, y Francis Fukuyama divulgación social.